EL FENÓMENO DEL CIRCO
(MORTH)
E
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l rumor del circo
de los fenómenos va gravando entusiasmo en los pobladores de aquellas pequeñas
viviendas. Los niños del pueblo se emocionaron al ver el gran camión decorado
con el logo del circo, pasando deslumbrante por los senderos de tierra,
mientras, una alegre sinfonía nunca escuchada, va caracterizado los aires del
mismo.
Niños,
adultos y ancianos salieron de sus hogares, se asomaron por las ventanas para
visualizar, asombrados el camión que ahora se detiene en un gran descampado.
Poco tardo el representante del circo en salir del vehículo con una sonrisa más
que amigable.
—Vengan,
vengan —exclama el individuo.
Como
perros que desconfían de una persona, van acercándose alrededor del camión,
apretándose uno contra el otro, oyendo atentos a las palabras enérgicas de
aquel hombre. Éste, riendo, invita a los pobladores a ver el show que se dará
en esa noche. Los padres de los pequeños acogen la idea de ver el espectáculo,
y, sabiendo de antemano, que el circo es recolector de excelentes críticas a
cada lugar a donde vaya.
Luego
de palabras emocionantes y con una gran insistencia de publicidad, el hombre,
cual viste de traje purpura y un sombrero negro, se va hasta atrás donde saca a
los mutantes y superhombres de jaulas. Y los pobladores viendo extrañados la
escena, van observando curiosos a los circenses; ellos sin duda parecen seres ultraterrenos,
de otro mundo o simplemente la aberración maldita de la naturaleza.
Poco
a poco los pobladores de aquel lugar fueron dispersándose, hasta que ya no hubo
nadie en ese descampado. Músicas alegres emanan de una monstruosa carpa de
colores amarillos y naranjas; las luces penetran las casi invisibles nubes de
la noche, la luna se halla en su punto más alto y brilla como si un diamante le
penetrara la luz. Ese descampado es ahora el centro de entretenimiento, buena
vibra y gran gusto por los padres y niños. Algunas personas caminan por el
descampado, contemplando la grandeza de la carpa, igualmente la estridente voz enérgica
del representante. Él jugaba con algunos niños y cuando hubo el momento de
iniciar la venta de boletos, detuvo lo que estaba haciendo para colocarse en
una especie de púlpito con una decoración algo surrealista, pero ello no fue
para llamar la atención de nadie; lo que de verdad llamó la atención de
aquellos pueblerinos, es un rugido estremecedor que rebota entre cada tímpano
de los presentes.
El
hombre de traje púrpura decae su peculiar sonrisa, y evitando su creciente
preocupación, va bromeando con las personas que van comprando los boletos. A
cada tanto, el sujeto deja su puesto para entrar en la carpa. Luego sale un
tanto sudoroso y falseando, mas a leguas, su tono despreocupado y enérgico de
su voz.
Los
adultos, ingenuos en su totalidad, obvian los presentimientos tétricos que
emana ahora la carpa. Nadie sospecha nada, y creyendo que es alguna practica de
los asombrosos mutantes, van confiados a tomar los mejores asientos.
Cuando
transcurre exactamente una hora y no ve más publico en cual atender, deja su
púlpito y se adentra a dar un memorable espectáculo, como siempre lo había
hecho.
El
publico habla en murmuros, ansiosos por ser sorprendidos con trucos, y la casi
oscuridad, el hombre exclama agradecimientos. Posteriormente se enciente una gran
luz en el centro de la carpa, allí se ubica el sujeto, estirando los brazos a
cada lado y luego se retira el sombrero. Esa luz alumbra impresionante la calva
del sujeto y en un costado, se visualiza una gran cicatriz, quizá por algún
espectáculo dado con anterioridad. Muchos del publico apartaron la vista del
hombre, para después ver a uno de los circenses. Éste aporta una apariencia
radical, donde sus brazos son largos y delgados, su torso es sumamente gordo y
su cráneo en un costado abollado gravemente.
El
representante señala al individuo deforme con ímpetu emocionante, el publico
silva, aplaude y ríe al son de las tonterías del deforme; éste, sonriendo con
tragedia, va haciendo malabares con unas varas en llamas. Fue tanta la
habilidad espontanea del gordinflón, que el representante logra salir
calmadamente del escenario mientras el publico satisface su hambre infantil.
Después
del hombre de brazos delgados y tronco gordo, sale a la luz una mujer (o lo
parecido a una) con músculos rimbombantes, piernas gruesas, abdomen altamente
plano y marcado; sus brazos, gozosos de fuerza, van dando pose fisicoculturista.
Todos aquellos movimientos sensuales y bruscos levantaron a varios hombres de
sus asientos, pidiendo más de aquella mujer con cuerpo inhumanamente superior
al de un hombre.
Para
desgracia de los morbosos y fetichistas, vieron como la mujer se iba
sensualmente a donde había salido, sin antes dar un beso al público. El
siguiente ahora es un siamés de vestimenta desaliñada. Sus ojos amarillos y con
cataratas apuntan a los cientos de personas que les miran asombradas, y el
siamés, danzando alegremente por el escenario, va saludando al público con dos
sonrisas, una mas fría que la otra. Los niños de primera fila extienden sus
manos para saludar a siamés, y éste, con ritmo alegre, los saluda rápidamente
para luego andar a cuatro patas por el escenario; intentando en parecer un león
de la sabana.
Poco
fue para que otro personaje penetrara el escenario, pero esta vez es el hombre
de traje púrpura, con una cara deslumbrante de emoción, aunque escrutando mas
en ella, se puede observar temor.
—Damas
y caballeros —comienza, extendiendo sus brazos—, hoy van a ser los primeros en
presenciar un acto único en su especie; un poderoso individuo sacado de los
abismos.
El
público guarda silencio de inmediato, mirando anonadados a los movimientos
lentos, pausados y calmados del sujeto. Él mirando a su alrededor con los ojos
bien abiertos, da la bienvenida a algo grande, a una fuerza de providencia espectral,
como si su presencia viniese fuera de este plano terrenal. Aquello rompe el
silencio de todo el mundo, los espectadores se quedan casi sin aire al ver el
magno espectáculo que prometió el hombre de traje.
El
representante se arrodilla delante de la monstruosidad que posa frente a él,
gruñendo, respirando fuerte y babeando en las multiples bocas que se asoman en
su piel marrón pálido, con una especie de grumos y venas palpitantes, como el
gran ojo que yace en lo que parece en el centro de su pecho deforme.
Muy
pocas personas aplauden al fenómeno, alabando a la bestia mórbida que se menea
sus brazos de un lado a otro, como si fueran serpientes cautelosas. Aquello da
un paso pesado y el hombre de traje, inmediatamente se echa atrás, casi gateando
con un horror plasmado en su rostro. Los espectadores aplauden vigorosamente y
gritan de entusiasmo, creyendo ver un espectáculo digno de ser gozado en todo
su esplendor, sin saber que ese fenómeno va desequilibrándose con cada aplauso ejecutado.
Solo el representante sabe que sacarlo de su descanso casi perpetuo, ignorando
lo turbio que podría ser el caos a la hora de desatarse.
Sus
temores fueron el arma que el verdugo usó. El monstruo se abalanza hacia el
hombre, vociferando un rugido espantoso. En menos de un segundo, el sujeto de
traje púrpura es echo añicos, haciendo el cuerpo sano un montón de tripas
sanguinolentas.
Los
aplausos cesaron rotundamente, el silencio aturde a los espectadores, pronto el
tumulto chicha, grita y corren a la salida más próxima. Varios niños caen en el
escenario, acompañando al ente fuera de comprensión.
La
carpa va moviéndose de un lado a otro, los rugidos, los gritos, el miedo es el
pandemonio para todos los pobladores. El monstruo, como engendro de lo más repugnante
y malévolo, va destrozando los cuerpos se todos lo que intentan escapar, ahora
sin tocarlos, con su ojo amarillento y palpitante los condena al dolor
inimaginable y al horror más extremo.
Los
circenses, uno por uno, fueron demacrados. La carpa cae con toda la esperanza
de hallar una solución a un problema incalculable.
La
noche perdura en ese pueblo, los cuerpos fríos van adornando el gran escenario
verde y boscoso. Muy pocos pobladores tuvieron la suerte de escapar, y cuando
el alba hubo iluminado el cielo, el fenómeno, con un rotundo chillido espectral
se desvanece en un hoyo en el cielo; cual desaparece cuando el sol torna
celeste el cielo.
Aunque
la mañana sea de tonos frescos, la neblina y los cuervos dan el toque especial
al tumulto de cadáveres sanguinolentos y pálidos. la presencia de agentes
policiales se ve turbada por todo lo que yace a su alrededor, muchos policías
no fueron capaces de salir de sus asientos de la patrulla, consternados y casi
en vómito por tal infame.
los
sobrevivientes al evento infernal, aclaran la imagen de la bestia y el uso
sobrenatural de acabar con una gran parte de las personas de ese pueblo. Finalmente,
los detectives sin encontrar evidencias o alguna grieta para llegar al fondo de
todo ello, tacha el caso y queda sin resolverse. Pero los pocos pobladores de
ese pequeño pueblo fueron desapareciendo poco a poco, hasta que los fantasmas
lograron reclamar esa tierra, ahora baldía como una maldición ultraterrena.
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